9. Punto de vista narrativo.

De: Anticlericalismo en La Regenta, Marie Bártová



La Regenta es considerada una novela anticlerical y naturalista. El objeto de este
trabajo es probar que La Regenta es en realidad una novela anticlerical. Oleza Simó, en su
estudio Realismo y naturalismo en la novela española, afirma que en España se cultiva el
género del naturalismo, que se diferencia en muchos aspectos del naturalismo francés de
carácter determinista, pues los valores espirituales aquí sucumben a lo material. Incluso Oleza
Simó habla sobre el español naturalismo espiritual en el cual, al contrario, el materialismo
está sujeto al espiritualismo. Para los naturalistas españoles son importantes los valores de la
libertad, la voluntad y la tolerancia. Estos autores no resignan al idealismo (60), aunque sus
personajes son vencidos por la sociedad mayoritaria con la cual tienen conflicto, y luchan con
su equipo genético. Oleza Simó piensa que tal personaje es Ana Ozores. Su lucha perdida
según la opinión de Oleza Simó tiene un valor simbólico. (61) El sufrimiento de Ana es la
referencia a algo que supera a este personaje, destruido por el representante eclesiástico don
Fermín de Pas y por la sociedad hipócrita que es manipulada por la Iglesia.


El espiritualismo del naturalismo español proviene del realismo español, que cuenta
con varias fases.(62) Los autores expresan en las obras realistas sus convicciones morales, o sea,
su ideología.(63) Su pensamiento es anticlerical, aunque no antirreligioso.64 Al contrario, estos
escritores defienden los valores religiosos que son «la caridad, el amor al prójimo, la
benevolencia, la tolerancia, la rectitud moral etc.» (Oleza Simó 1976, 24). En sus textos
muestran que estas cualidades faltan al clero y a los supuestos cristianos. En la novela
naturalista La Regenta el autor, al captar la decadencia de la Iglesia y de la sociedad cristiana,
se refiere a cual debería ser el oficio religioso y la sociedad. La Iglesia no logra dar a Ana el
apoyo para buscar la fe y la vida buena. El narrador, al contrario de Ana, conoce la manera de
cómo alcanzar la fe verdadera sin ayuda del clero innecesario. El idealismo escondido en la
novela está presente en sus discursos. La posición de opiniones del narrador corresponde a las
opiniones de Leopoldo Alas. La actitud religiosa del narrador está basada en la religiosidad
del autor de la novela.


Es necesario discernir entre el narrador y el autor, porque se trata de dos diferentes
realidades. Sin embargo, en La Regenta el narrador y el autor tienen mucho en común.
Karanović opina que el narrador está cercano a su autor. Comprende al narrador de La
Regenta como la referencia a la ideología de Leopoldo Alas que se distingue por la criticidad,
por lo anticlerical y por la capacidad de la ironía. «El narrador de La Regenta, partiendo de la
presuposición de que se tratara de Leopoldo Alas, es una voz de cultura amplia, capaz de
construir un amplio mundo hermético y apasionante, anticlerical, de espíritu crítico a menudo
irónico» (Karanović 2012, 159). Karanović piensa en el narrador de La Regenta de una
manera similar a Rutherford y Rosso Gallo. Según la opinión de Rubio Cremades, en La
Regenta está creada la ilusión del narrador omnisciente, que moralmente supera a los
personajes y que es el autor.(65) También Genette afirma que el narrador de esta novela es
heterodiegético, lo cual significa que en el relato que narra no interviene como «actante»
(Rosso Gallo 2001, sin paginación). Aunque el narrador no tiene un nombre y no es uno de
los personajes del relato, su presencia es muy intensa en la novela. (66) 

El argumento
fundamental de Rosso Gallo es que la relación del narrador con los personajes no es neutral,
sino que tiene un significado ideológico. La caracterización del narrador de los personajes
tiene, según la terminología de Genette, «la ―función ideológica‖» (Rosso Gallo 2001, sin
paginación). Su omnisciencia no está restringida a la capacidad de saber todo mejor que los
personajes sobre los cuales escribe. Es un narrador que tiene una opinión subjetiva al hacer
juicios y evaluar a sus personajes. Rosso Gallo escribe que tiene sobre sus personajes «una
superioridad enjuiciadora o valorativa» (Rosso Gallo 2001, sin paginación).
El narrador de la novela de Alas no es solo un imparcial creador del mundo en el cual
los personajes se mueven y actúan, sino que tiene también la función autentificadora. Rosso
Gallo escribe que bien confirma la declaración de algún personaje o bien, al contrario, niega
su afirmación.(67) La voz narradora revela al lector la naturaleza hipócrita de los habitantes de
Vetusta y de los predicadores católicos. Rosso Gallo piensa que entre el narrador y el lector
ideal de la novela hay una relación basada en un compadrazgo. A menudo el narrador utiliza
para expresarse la manera irónica, la expresión es al mismo tiempo muy crítica. No nombra
directamente la actuación mala de los personajes, pero espera que a pesar de eso el lector
inteligente comprenda la revelación del narrador y que, al igual que el narrador, el lector
condene tal comportamiento.(68) El narrador muestra al lector los argumentos por los que
debería detestar a los personajes que él mismo odia y critica. La aversión del narrador a la
mayoría de los personajes en La Regenta forma parte de una visión global e ideológica del
mundo —de la fe, de la religión, de las relaciones entre la gente. El lector a través de la
narración conoce primero cómo el personaje se comporta para que empiece a gustar a la
opinión de los otros y logre sus objetivos. Después sigue la revelación de su carácter real, que
es contrario a cómo se presenta ante el público y cómo este personaje percibe su carácter. (69)
Convence al lector con el método del contraste. Rosso Gallo habla incluso de «la

intencionalidad ideológica» (Rosso Gallo 2001, sin paginación) que se muestra durante la
alternación de las focalizaciones. El subjetivo punto de vista del narrador sobre el mundo
visualizado se proyecta también en los pasajes en los cuales el mundo de Vetusta está visto
del punto de vista de algún personaje. Rosso Gallo piensa que «[el narrador] deja así percibir,
de alguna forma, su voz autorial, o sea, es portador de un ―punto de vista dominante‖, al que
se subordinan las demás visiones del mundo» (Rosso Gallo 2001, sin paginación).
Primero, el narrador expresa su relación hacia sus personajes directamente al
describirlas, al compararlas con otros personajes o principios. Segundo, indirectamente el
discurso indirecto y mixto. Interviene en el monólogo interior de los personajes. Al autor no le
es nada desconocido el mundo anímico de los personajes. Tercero, en la novela está presente
la opinión del narrador en las fórmulas con las cuales el narrador interrumpe la narración y se
comunica con el lector.(70) Comenta en ellas, por ejemplo, la importancia del contenido de la
narración. Mantiene la perspectiva sobre lo narrado y advierte de —como si fuera el autor—
la intención de la obra. Es verdad que Lissorgues opina que el narrador de la novela es
«discreto» (Lissorgues 1987b, sin paginación), pero no responde a la objetividad del narrador
de las novelas naturalistas, porque en La Regenta están «las intervenciones directas del
narrador» (Lissorgues 1987b, sin paginación). El autor de la novela se muestra a través del
narrador dentro de la narración: «no se encuentra desligado de lo contado»(71) (Lissorgues
1987b, sin paginación). Su intención es ética y didáctica. Martínez Cachero aduce la opinión
de Antonio Sotillo que piensa que el autor de La Regenta quiere salvar al lector. Le muestra la
variante mala de la vida en Vetusta, donde vive la gente hipócrita manipulada por la Iglesia.
Ya al principio de la novela el narrador describe al Magistral irónicamente. Descubre
su carácter real. La condena de Fermín por el narrador es, a la vez, la condena del
comportamiento de la Iglesia. Fermín es su principal representante. Al principio de la
narración Fermín observa Vetusta desde la torre de la catedral. Kronik destaca la dirección de
su mirada. El Magistral mira desde arriba. Es sintomático que él mismo es descrito por el
narrador desde abajo. Ambas miradas, la mirada de Fermín desde arriba y la mirada del
narrador desde abajo, tienen un significado simbólico. Fermín observa la vida debajo de la
catedral con orgullo y desprecio. La mirada del narrador desde abajo es una señal para el
lector al cual el narrador descubre el carácter bajo de Fermín, que es contrario a la posición
que tiene en la Iglesia. La torre de la catedral es posible comprenderla como una referencia a
la torre de Babel. Esta torre tiene origen en el orgullo de la Iglesia, que piensa que es la única
que tiene derecho a la explicación de Dios. Se mueve dentro de ella un cura que desprecia a
los creyentes. La catedral y la Iglesia son mediadores prescindibles entre Dios y la gente, que
para Fermín se trata más bien de súbditos.
La Regenta es una novela cíclica. Esto significa que al final la narración vuelve al
punto de salida. Este círculo cerrado corresponde a la novela naturalista. El estado de Ana es
al final de la novela todavía peor que al principio. Sin embargo, los procedimientos utilizados
al principio y al final de esta obra advierten de las opiniones subjetivas del narrador. Estos
mismos procedimientos alejan la obra del naturalismo de origen francés. Por eso es posible
conocer la opinión de Alas sobre el mundo mediante la comparación del comienzo con el final
de La Regenta.
El momento positivo del final de la novela lo encontramos sin embargo cuando Ana
conoce que se equivocó con el Magistral y con la Iglesia. La Iglesia crea la realidad social,
con la cual Ana lucha con todas sus fuerzas. Ana sobrevive al conflicto con la Iglesia: se trata
de otro momento positivo del final de la novela. Fermín piensa matar a Ana porque ella se
atreve a pedirle la confesión después de «traicionarle» con Mesía. La actuación de Fermín
simboliza el fallo absoluto de la Iglesia, la incapacidad de ayudar al prójimo. El representante
eclesiástico prefiere, al contrario, la venganza, el egoísmo y las pasiones bajas. Al final de la
novela Ana acude a él para confesarse y, por segunda vez, es rechazada. Así ocurrió al
comienzo de la novela por primera vez. Después de tres años, cuando es rechazada por
segunda vez la situación es sin embargo radicalmente diferente. Mientras que al comienzo de
la novela Fermín trata a Ana honestamente, al final del relato manifiesta su carácter real, que
es egoísta y rencoroso.
En la composición cíclica de la narración está presente la comparación del
comportamiento de Fermín. Sobresale en ella la transformación, la gradación del mal en sus
adentros. El narrador informa al lector durante toda la novela sobre la mala naturaleza de
Fermín. El narrador introduce su opinión sobre Fermín también en el punto de vista de Ana.
Cuando Ana y Petra vuelven de la primera confesión y la primera de ellas se siente 
entusiasmada al pensar erróneamente que encuentra en Fermín un amigo espiritual, el
narrador sitúa en el campo visual de Ana como símbolo del mal a un sapo. El lector logra
explicar el significado de esta señal profundamente desde su omniscencia y a diferencia de
Ana, que no conoce la índole real de la realidad que la rodea.(72) Mientras Ana sueña con la fe,
que desea lograr con la ayuda de Fermín, el narrador anuncia al lector muy críticamente cómo
Petra vive las pasiones bajas con su amante en el molino. La oscura parte de la escena
descubre el carácter real del mundo sobre el cual Ana se hace incorrectas ilusiones. El papel
del personaje de Petra es más tarde fundamental porque seduce al Magistral. Ana también de
eso no tiene ni idea. Las esperanzas ilusas de Ana son importantes para el narrador al
condenar a Fermín, pues crean el contraste hacia su corrupción y hacia la corrupción de la
Iglesia. El sapo en la historia funciona como una clara referencia del narrador al mal carácter
de Fermín.
De manera semejante el narrador critica al personaje de Fermín al colocar en su
cercanía al personaje del adolescente acólito Celedonio. Este personaje aparece solo al
principio y al final de la novela. Celedonio es un doble de Fermín.(73) El narrador caracteriza a
Celedonio como al hombre que tiene repugnante el cuerpo y el alma. Celedonio transparenta
el carácter de Fermín, al cual este cura oculta ante la gente detrás de la bella fisionomía, pero
al final de la novela no le logra ocultar ante Ana. Celedonio es la realización de la perversa
alma del Magistral. Al comienzo de la novela Celedonio se acerca al anteojo de Fermín e
igual que este observa desde arriba a la guapa Ana Ozores. Al comienzo de la novela Ana se
mantiene a una mayor distancia de la repugnante influencia de la Iglesia: Ana no sabe que es
víctima de sus intrigas y de los planes de Fermín para el ascenso social. Al final de la novela
Celedonio también mira a Ana desde arriba, pero esta vez la ve en la inmediata cercanía.
Celedonio besa los labios de la desemparada Ana a la que Fermín asusta con su agresión y su
crueldad.(74) Hace lo que no logró Fermín con sus aspiraciones respecto a Ana. Su beso corona
la insistencia del narrador sobre la base pervertida de la Iglesia. De nuevo vuelve el motivo
del sapo, que constituye el símbolo del mal. El narrador anuncia al lector que el beso de
Celedonio sugiere a Ana el vientre pegajoso del sapo.(75) Esta escena es la representación
simbólica del ambiente social en el cual Ana se encuentra. Sus deseos personales, por muy
puros y esperanzadores que sean, no se pueden realizar, porque para la sociedad a la que rige
la Iglesia no son válidos. La Iglesia y los curas, según el narrador, no son capaces de ser
mediadores entre los creyentes y Dios, por eso su existencia es inútil. El narrador critica «el
culto externo» que no tiene contenido y que la Iglesia finge. No se trata del camino hacia la
fe, sino de una dominación de la sociedad por parte de la Iglesia. La oposición del mero
fingimiento de la importancia espiritual y la oposición de la manipulación es la personalidad
de Jesucristo. Cristo es testigo del encuentro de Ana y Fermín al final de la novela. Según las
palabras de Kronik, Jesucristo está animado y observa la tragedia. El personaje de Fermín está
planteado en contraste con Jesucristo.76 Fermín no es mediador entre Ana y Cristo; por el
contrario, se parece al diablo. La conclusión de la novela plantea más modos de explicación.
Es posible percibir el conflicto entre Ana y Fermín como la conclusión naturalista del
narrador, en el cual Dios no ofrece a la mujer creyente ninguna ayuda. Sin embargo, la
presencia de Cristo indica una interpretación distinta. Cristo al final de la novela se entiende
en relación a las opiniones religiosas de «Clarín». Cristo es para «Clarín» el ejemplo del
comportamiento cristiano. Ana se queda sola sin ayuda de los representantes eclesiásticos que
la destruyen hasta el último momento de su visita a la catedral, pero no es abandonada por
Cristo. La referencia de Cristo queda vigente, aunque el clero la ignora. El amigo familiar
atiende a Ana con ingenuidad y su cuidado es la demostración de la real misericordia
cristiana. El narrador de La Regenta tiende a ser anticlerical, porque condena a todas las capas
de la jerarquía eclesiástica y asume la actitud religiosa del autor de la novela. 



60 Oleza Simó dice sobre el naturalismo español: «No se acepta, sin más, el zolaísmo, sino que se trata a llegar a una fórmula superadora que integre la ―materia‖ y el ―ideal‖» (Oleza Simó 1976, 28).
61
Oleza Simó habla sobre el valor simbólico de los personajes. «De ahí que todo lo humano tenga una trascendencia significativa, que un objeto o un personaje no sean sólo tales, sino símbolos de algo que está más allá de ellos» (Oleza Simó 1976, 24).
62 Según Oleza Simó existen tres fases del realismo español: una primera fase llamada realismo español, que data de los años setenta del siglo XIX; la segunda, representada por el naturalismo español, tiene lugar alrededor del año 1880; por último, la tercera fase denominada realismo espiritualista, característica de los años noventa del siglo XIX.
63 Oleza Simó escribe: «La aparición del realismo en España es inseparable de la novela tendenciosa (en cuanto que se enfoca la realidad desde una determinada postura politico-moral) y, más tarde de la novela de tesis (en cuanto que el enfoque se hace explícito y la novela entera se destina a demostrar algún a priori)» (Oleza Simó 1976, 22).
64 Oleza Simó habla así sobre los autores anticlericales: «Los escritores liberales no atacan la religión, sino el simulacro de vida religiosa, la hipocresía, la utilización de la religión por las fuerzas inmovilistas. Los católicos de sus novelas carecen de amplitud de miras y del sentido de la caridad» (Oleza Simó 1976, 24).
65 Rubio Cremades caracteriza así al narrador de La Regenta: «La voz del narrador nos da una ilusión de narrador omnisciente que se comporta como si fuera un ser superior a sus creaciones ficcionales» (Karanović 2012, 153).
66 Rutherford describe así al narrador de La Regenta: «Así intentaré seguir haciendo al examinar ese personaje de La Regenta de presencia fuerte aunque medio escondida que es el narrador. Este habla en tercera persona, no se nombra; pero no por eso tiene una personalidad menos marcada» (Rutherford 1988, 76).
67 Rosso Gallo menciona el carácter autentificador del narrador: «Podemos, además, reconocer una función autentificadora (cf. Doležel 1980), por la que el narrador se manifiesta como depositario de la verdad, en condición ya de ratificar la afirmación de un personaje (según la formulación canónica ―Y era verdad‖ seguida de un comentario autorial, ej. XII: 547), ya de desmentirla (―La verdad era que...‖, ej. XII: 536) o de rectificarla (ej. ―El Arcipreste olvidaba de buena fe que... ‖, II: 190)» (Rosso Gallo 2001, sin paginación).
68 Rutherford aporta el ejemplo de la ironía de la novela de «Clarín». Se trata del eufemismo «Hablaron» (LR- II 2009, 469) con el cual el narrador insinúa el pecado de Fermín de Pas con Petra en la cabaña en el bosque.
Rutherford describe así este eufemismo: «Esta palabra aislada —su mismo aislamiento la realza— no es solamente una narración de lo entonces innarrable, sino también toda una condena ricamente cómica, pero no por eso menos devastadora, de la fría insinceridad y calculadora complicidad del cura y la criada (Rutherford 1988, 82).
69 Cuando el narrador describe a Ronzal, trata de captar objetivamente todos los rasgos de su fisionomía. No logra ocultar su opinión subjetiva sobre Ronzal. «Hablar con Ronzal, verle a él animado, decidor, disparatando con gran energía y entusiasmo, y notar que sus ojos no se movían, ni expresaban nada de aquello, sino que miraban fijos con el pasmo y la desconfianza de los animales del monte daba escalofríos» (LR-I 2012, 345). Revela que Ronzal miente y al mismo tiempo hace de su defecto algo venerable. «Siempre llevaba guantes [...].Para él siempre había el guante sido el distintivo de la finura, como decía, del señorío, según decía también. Además, le sudaban las manos» (LR-I 2012, 345-346). 
70 El narrador, y también la estrategia del autor, se descubre en esta fórmula que interrumpe la narración: «Pero de esta tertulia de última hora tendremos que hablar más adelante, porque a ella asistían personajes importantes de esta historia» (LR-I 2012, 337).
71 Lissorgues piensa por esta razón que: «el estudio de lo que se censura y de la manera de censurar permite deducir, hasta cierto punto, el ideario moral, y los valores religiosos del autor» (Lissorgues 1987b, sin paginación).
72 Rodríguez Puértolas busca los rasgos de la literatura gótica en La Regenta. Fermín tiene los ojos de color verde y precisamente este color es simbólico porque «el color verde de los ojos se relaciona con el mal y sus criaturas, con la seducción» (Rodríguez Puértolas 2001, sin paginación). Se puede relacionar el color verde de los ojos también con los ojos de las serpientes y de los sapos. Kronik escribe que el sapo, que aparece muy a menudo durante toda la novela, es un símbolo del mal. El sapo aparece cuando Ana, después de confesarse con Fermín, pasea con Petra por los prados alrededor de Vetusta hacia la fuente Mari-Pepa. Cuando Ana está sola y ya anochece, ve cerca de sí un sapo. Ana teme a este sapo y llama a su criada Petra: «Un sapo en cuclillas miraba a la Regenta encaramado en una raíz gruesa, que salía de la tierra como una garra. Lo tenía a un palmo de su
vestido. Ana dio un grito, tuvo miedo. Se le figuró que aquel sapo había estado oyéndola pensar y se burlaba de sus ilusiones» (LR-I 2012, 429). Kronik describe de este modo la escena: «La reacción de Ana y la atribución de capacidades ocultas y motivos funestos al sapo convierten al inocente animal en monstruo sonriente, símbolo gráfico de lo grotesco. Por esto y por su colocación en una raíz metafóricamente transformada en amaneza, el sapo se separa de las atracciones que Ana descubre en la naturaleza y se sitúa en la conciencia del lector con todo su arraigo mítico y como motivo diábolico» (Kronik 1987, 523).
73 Kronik opina que «Celedonio, unido con el Magistral en su verde viscosidad, es el doble de don Fermín» (Kronik 1987, 523).
74 Este momento es una crítica aguda a la hipocresía de la Iglesia. No solo su representante besa a la mujer, sino que además besa a la mujer enferma que no se puede defender.
75 El narrador no oculta su opinión sobre Celedonio: «Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios» (LR-II 2009, 598). Ana percibe el beso de Celedonio de manera siguiente: «Había creído sentir [Ana] sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo» (LR-II 2009, 598). 
76 La figura animada de Cristo expresa con su reacción el interés por el destino de Ana. En la descripción del narrador la reacción de Cristo es interpretada como el desacuerdo con la situación dramática: «Jesús de talla, con los labios entreabiertos y la mirada de cristal fija, parecía dominado por el espanto, como si esperase una escena
trágica inminente» (LR-II 2009, 597).


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