7. El adulterio burgués.

De: La Regenta, matrimonio capitalista y represión, Fernando Sánchez Martín


Ya ha sido suficientemente probado que el movimiento literario conocido como «realismo» no consigue (ni persigue) una representación objetiva de la realidad. En su lugar, algunos han querido ver una crítica de la ideología burguesa que numerosos estudiosos leen en términos económicos. Esta lectura económica y mercantil establece una relación simbólica entre matrimonio y comercio justificada por el contexto de incipiente capitalismo. A su vez, otorga al deseo (sexual, fundamentalmente) una capacidad de subversión que ha de ser reprimida para mantener la ideología del capitalismo. Así, Leo Bersani, en su artículo «Realism and the fear of desire»1, muestra como las novelas realistas, (entre ellas LR2), sustentan la ideología burguesa reprimiendo y castigando cualquier manifestación de deseo, peligroso en cuanto «el deseo puede subvertir el orden social». Por otra parte, afirma afirma Jo Labanyi3:

La libertad y los derechos son dependientes de la habilidad del individuo para firmar un contrato, ya sea para vender o para comprar [...]. Las mujeres pueden poseer, pero no pueden transferir sin la firma de su marido [...]. Sólo hay un contrato que se espera que ellas (las mujeres) firmen: el contrato del matrimonio.

Como ejemplo de esta afirmación de Labanyi, vemos que en LR, durante el proceso de educación-represión de la joven Ozores, doña Águeda dice a la Ana niña «Sí. hija mía, [...] Es necesario sacar partido de los dones que el señor ha prodigado en ti a manos llenas» (297, v. I). Y poco después leemos: «Por lo demás, ni tu tía Águeda ni yo manifestamos nunca afición al matrimonio» (298, v. I), donde podemos observar la dicotomía establecida entre el rechazo al matrimonio y la necesidad de contraerlo. La mujer, doña Águeda (también Ana Ozores) sabe que el matrimonio equivale a una condena a la esfera privada y a la subordinación al marido, aunque también es consciente de que el rechazo del matrimonio sólo ofrece una alternativa: el convento. De esta manera, a la mujer se le presenta una cruel disyuntiva entre dos organismos represores: el matrimonio o la iglesia. Ana Ozores, sacando partido de los dones que ha recibido, elige al pretendiente (don Víctor) que considera más adecuado en función de sus posibilidades.

Por otra parte, no es tampoco gratuita la relación que Marx y Engels establecen entre economía capitalista y adulterio. El adulterio, desde este punto de vista, se convierte en el medio de la mujer para comerciar por sí misma, sin el consentimiento del marido y para intervenir, con mayor o menor sutileza, en la esfera pública. No sorprende que el deseo que impulsa el adulterio deba ser castigado (como afirma Bersani) porque puede subvertir el orden social, tanto familiar como económico.

En LR, Ana Ozores se erige centro de una complicada figura geométrica alrededor de cuya órbita gravitan tres hombre: Víctor Quintanar (su marido), Fermín de Pas y Álvaro Mesía (sus amantes), tres hombres que representan las opciones de Ana Ozores de establecer relaciones, o como diría Labanyi, de comerciar. Ana aparece vinculada por el matrimonio a Víctor, a quien, curiosamente, Clarín describe como a un padre: «ganar para Dios el alma de don Víctor "que venía también a ser su padre"» (281, v. II). No es gratuito el vínculo simbólico que Ana establece con su marido: al ser visto como un padre, el matrimonio no puede ser consumado por incestuoso, lo que indefectiblemente conduce a Ana a la insatisfacción. En términos capitalistas podríamos afirmar que el contrato del matrimonio no satisface las expectativas de la Regenta, que buscará alternativas a este contrato ¿Cuáles son estas alternativas? Sólo una, el adulterio, el deseo que implica la subversión del orden burgués y que, por lo tanto, ha de ser castigado.

El ya mencionado vínculo paternal y simbólico que Ana establece con su marido deviene relación simbólicamente incestuosa, lo que será una constante a lo largo de la novela. De hecho, podríamos afirmar que todas las relaciones amorosas de Ana (sus sucesivos intentos de comercio, siguiendo a Labanyi) se frustran por incestuosas. En este sentido, la relación entre Ana y el Magistral es especialmente interesante: Mucho se ha escrito ya acerca de la castración impuesta por la sotana4. Al principio de la novela vemos a un Fermín elegante y orgulloso en su uniforme eclesiástico; sin embargo, a medida que avanza la novela dicho uniforme se hace más y más pesado: leemos al final: «Cada vez le pesaba más la sotana y le abrumaba más el manteo» (464, v. II). Ésta es la sotana que impide la consumación del amor entre Ana y Fermín. Pero a este impedimento podemos añadir una interpretación edípica doblemente articulada: Fermín de Pas no puede ni quiere liberarse del influjo de la madre: «Después don Fermín se acordó de su madre; su madre no le había hecho nunca una traición, su madre era suya, era la misma carne; Ana, la otra, una desconocida...» (384, v. II)5. Pero de Pas, al mismo tiempo que es «hijo», ejerce de «padre» espiritual de la Regenta, que como hija (espiritual) enamorada se somete a los designios del padre: «a quien quisiera llamar padre y no quiere que le llame sino hermano mío» (258, v. II), Y sin embargo, el Magistral, castrado por la sotana y «enamorado» (o, cuanto menos sometido) a la madre, no puede satisfacer a Ana: «ocultándose a sí mismo las ramificaciones carnales que pudiera tener aquella pasión ideal que ya se confesaban los dos hermanos6» (261, v. II). De esta manera, en su doble articulación simbólica de padre e hijo, Fermín aparece como un personaje frustrado e incapaz de consumar sus relaciones. Pero, como ya dijimos, tampoco Ana es libre para consumar este deseo: «Ella era también como aquel cigarro, una cosa que no servido para uno y no puede servir ya para otro» (64, v. II). Esta afirmación muestra también como el contrato del matrimonio, que la mujer se ve obligada a firmar por no disponer de alternativas, limita su libertad y la somete a los designios del marido.

Por otra parte, el amante de Ana, Álvaro Mesía, será castigado con el destierro al final de la novela por la misma razón: intentar subvertir la ideología burguesa a través del deseo; o en otras palabras, quebrar el contrato de fidelidad que la Regenta firmó con su marido. El primer impedimento que Álvaro debe sortear es la Iglesia (órgano de represión que ya ha castrado al Magistral, representado, paradójicamente, por el mismo personaje), y una vez liberada Ana de la influencia eclesiástica de Fermín, se establece entre ellos (al igual que ya sucedió con de Pas) un simbólico vínculo familiar: Ana pasa a considerar a Álvaro «su otro hermano»: «Cuando hablaban así, como otros dos hermanos del alma7...» (490, v. II). De esta manera, don Álvaro no sólo se enfrenta a la iglesia quebrando el vínculo «sagrado» del matrimonio, sino que también se enfrenta a la sociedad burguesa que considera la familia (y la fidelidad de la mujer) como uno de sus valores capitales. La única solución a este conflicto es la desaparición del elemento discordante en el orden establecido: don Álvaro, desterrado de Vetusta por ceder al deseo y cuestionar el orden burgués.

Y si Mesía debe ser castigado, también don Víctor (el marido) ha de serlo por su incapacidad para mantener a Ana ajena a cualquier clase de comercio (recordemos de nuevo la relación que establecen Marx y Hengels entre economía y adulterio). El castigo de Víctor, la muerte a manos de quién descubrió su negligencia, restaura el orden. El rechazo del Magistral a la Regenta cierra la novela y niega definitivamente a Ana la posibilidad de comerciar para alcanzar la libertad. Se articula así la crítica de Clarín a la ideología burguesa.