3. - Los narradores y sus recuerdos

Girl at mirror - Norman Rockwell

Tal y como dice Asunción Castro Díez, nos hallamos, en principio, ante cuentos que presentan una disposición ordenada y lineal de los acontecimientos. La persona narrativa, que a menudo adopta una perspectiva de pasado, suele coincidir con el protagonista de la peripecia, lo que favorece una orientación intimista. Las voces que narran son mayoritariamente femeninas, y en las pocas ocasiones en que narran hombres, no suelen hacerlo como protagonistas, sino como testigos de los hechos

Según David Roas, la utilización de un narrador-protagonista obliga, como es sabido, a una visión muy determinada de los acontecimientos: la que ese personaje puede darnos a partir de sus percepciones y de sus pensamientos. Aunque éste es el narrador que mejor facilita la identificación del lector con el protagonista, al mismo tiempo su visión limitada y, sobre todo, subjetiva de los hechos puede hacer que el lector dude de su palabra y llegue incluso a suponer que lo narrado es una alucinación, un sueño o, simplemente, pura invención.

Añade que, Cristina Fernández Cubas consigue, de una forma admirable, trasladarnos la inquietud y el desconcierto en que se sumen los protagonistas de sus cuentos. Realmente resulta difícil no compartir emocionalmente sus vivencias. Pero, al mismo tiempo y gracias a esa visión subjetiva, acompañamos a los personajes en su lucha por explicar y comprender lo que les está ocurriendo.

En relación con este "engaño" al que arrastran los narradores al lector, Neus Rotger comenta lo siguiente: "La rememoración del pasado y, sobre todo, la elaboración del recuerdo a través de la escritura plantean una serie de cuestiones fundamentales para la teoría de la literatura. Es sabido que contar la vida (o la memoria de una vida) implica de forma inevitable una interpretación de lo vivido, y una confección del pasado también, pues la experiencia es desordenada, en ocasiones contradictoria, siempre simultánea, y el relato de los recuerdos tiene que ser en cambio ordenado, coherente, consecutivo".

Añade que la necesidad de recordar –para comprender el pasado, para salvar lagunas y ausencias, para desvelar incógnitas– y la dificultad de hacerlo – porque la memoria exagera sensaciones, agranda escenarios, cambia nombres, silencia episodios– aparece tematizada en gran parte de los cuentos que componen Mi hermana Elba (1980) y Los altillos de Brumal (1983).

Acierta también cuando comenta que el recurso a la falsificación del recuerdo parece una estrategia repetida cuando de lo que se trata es de eludir una parte del pasado cuya rememoración resulta inconveniente. Pero, cuando lo sucedido es a todas luces inexplicable, o cuando las explicaciones de que disponemos escapan al ámbito de la razón, entonces la estrategia del olvido se demuestra urgente, casi ineludible.

En relación con esta falsificación que practican los narradores, Rebeca Martín nos recuerda que la autora ha manifestado su rechazo hacia la tradicional tercera persona decimonónica, fastidiosa porque ‘lo sabe todo’, y su predilección por un narrador protagonista que va descubriendo el mundo a la vez que el lector.

Finalmente, podemos afirmar -en palabras de la misma Rebeca Martín- que los narradores no fidedignos de la autora se bifurcan en dos direcciones: por un lado, los que hacen del lector un depositario de sus continuas incertidumbres, desorientándolo hasta el infinito, y por otro aquellos que establecen una comunicación en apariencia cómplice cuya fiabilidad, sin embargo, queda socavada por el intento de ocultar lo extraño o censurable de su comportamiento.