6. . Los personajes

Es sorprendente el escaso número de personajes presentes en una obra tan compleja como La CelestinaSin duda, la protagonista absoluta es la misma Celestina. Este personaje, cuya importancia se deduce también porque su nombre ha llegado a cambiarle el título a la obra misma (de Tragicomedia de Calisto y Melibea a La Celestina), es una mezcla literalmente perfecta entre una bruja, una hechicera y una alcahueta. En la primera descripción que de ella aparece en la obra, la que Sempronio le hace a su amo Calisto para aconsejarle su ayuda en el primer acto, Celestina se muestra como "una vieja barbuda, hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades ay", capaz de quitarle y devolverle la virginidad a más de cinco mil muchachas. La segunda descripción de Celestina nos llega de la boca de Pármeno, el otro criado de Calisto, quien la define como "puta vieja alcoholada" y que, frente a los reproches de su amo, se justifica diciendo que para ella es un honor que la llamen así. Luego describe sus muchos trabajos definiéndola "labrandera, perfumera, maestra de fazer afeytes y de fazer virgos, alcahueta y un poquito hechizera". Finalmente, habla de todos los filtros que preparaba, los ingredientes que mezclaba, los objetos que utilizaba, con una profusión tal de nombres y detalles que el lector puede imaginarse perfectamente a la vieja bruja moviéndose en su taller-casa-laboratorio. 

En cuanto a Calisto, su primera descripción la tenemos en el acto I, cuando Sempronio lo define "hombre de claro ingenio" y a quien "la natura dotó de los mejores bienes", es decir, de "fermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza". Calisto parece pues tener todos los elementos que pueden hacer de él un perfecto caballero de impronta medieval y un amante cortés clásico. Sin embargo, muy pronto su perfil se mancha de rasgos que chirrían. Por ejemplo, la herejía y la blasfemia. En la primera escena con Sempronio, cuando este le pregunta a su amo si no es cristiano, Calisto contesta, utilizando un tópico de la poesía provenzal: "Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo". Poco antes, refiriéndose al fuego del amor que lo está quemando, le había dicho a su criado: "Por cierto, si el de purgatorio es tal, más querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales, que por medio de aquél yr a la gloria de los sanctos". Este lenguaje al límite de la herejía y de la blasfemia no encaja con la imagen del caballero medieval cortés quien, pese a equiparar a su amada con la imagen de una madonna y a atribuirle características divinas, ¡nunca habría afirmado preferir el fuego del infierno al purgatorio! El amor del joven noble no tiene ya nada del amor cortés y de su código de conducta. Calisto aparenta una imagen de amante cortés que no se corresponde a la realidad de sus intenciones y de sus impulsos. Detrás de su retórica se materializa el Calisto atrevido, hereje, blasfemo, locamente apasionado, vulgar, lujurioso y que no desdeña llegar a acuerdos con una reconocida alcahueta y hechicera para conseguir lo que quiere. Fernando de Rojas explota en este personaje la contradicción entre lo dicho (noble, cortés, ideal) y lo hecho (bajo, feo, vulgar). En general, en La Celestina las acciones de los personajes no se corresponden a las intenciones que ellos mismos anuncian. 

El personaje de Melibea, por su parte, vive en un equilibrio precario y contradictorio entre la Edad Media y el Renacimiento. La imagen inicial que el lector recibe de ella es la de la típica domina o donna angelicata (mujer angelical) de la convención creada por Dante y Petrarca. Calisto describe su aspecto físico en términos angelicales empezando por el cabello: "¿Vees tú las madexas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son, y no resplandecen menos". La descripción de Calisto responde a la figura de una mujer bellísima y de alma noble. Y es así como se muestra Melibea durante el primer encuentro con Calisto, cuando censura el "loco atrevimiento" de él, o durante el primer intento de Celestina para convencerla de que ayude a aliviar la pena y el dolor de Calisto. Sin embargo, tanta rectitud y honestidad, tanta preocupación por la propia honradez y la de su casa, se derrumba de allí a pocos actos cuando, en el décimo, Melibea admite estar enferma ella misma de amor y confía a Celestina que ya no puede vivir sin ver a Calisto. La joven doncella acepta encontrarse con su amado en secreto y, pese a manifestar al principio timidez y rechazo, no tarda mucho en declarar su amor a Calisto y en llamarle "mi señor" y decirle "ordena de mí a tu voluntad". 

Lo que más sorprende es el paralelismo entre Melibea y Calisto en lo que se refiere a la fractura entre la palabra y la acción. En este sentido hay un pasaje muy significativo que muestra el sentimiento de la distancia que existe entre lo que se dice y lo que se hace. En el acto XIX, Melibea se queja a Calisto de que sus honradas palabras no se corresponden a las acciones de sus manos. Le ruega mandarlas quedarse quietas y le dice: "tus honestas burlas me dan plazer, tus deshonestas manos me fatigan quando passan de la razón". Y no obstante, aunque se queje, sigue coqueteando con el joven caballero hasta perder su virginidad y su honradez. Las palabras van en una dirección, los hechos en la dirección contraria. Ya lo había sentenciado Sempronio en el primer acto de la Tragicomedia al decirle a su amo: "Haz tú lo que bien digo y no lo que mal hago". 

Celestina, Calisto y Melibea son, sin lugar a dudas, los protagonistas de la Tragicomedia y sin embargo hay otros personajes indispensables para el desarrollo de la acción y la construcción del ambiente urbano en el que ocurren los hechos. Al lado de Calisto están los dos criados Sempronio y Pármeno, opuestos en cuanto a caracteres y a su relación con el amo y con la alcahueta. Al principio los dos son distintos. Sempronio está más dispuesto a aprovecharse de su amo y de su enamoramiento para ganar dinero, mientras que Pármeno tiene el papel del criado fiel que nunca traicionaría a Calisto. Fernando de Rojas lo hace evolucionar hacia la posición de Sempronio y atenúa las diferencias entre los dos colocándolos en el mismo proyecto y llevándolos al mismo destino. En su lugar, coloca a Tristán y Sosia, dos criados que repiten el esquema opositivo de los otros dos con unas variantes que permiten al autor no fosilizarse en arquetipos sino individualizar a los personajes. 

Paralelamente, al lado de Celestina están Areúsa y Elicia, quienes calcan la oposición entre Sempronio y Pármeno manteniendo las diferencias. Areúsa es independiente, vive en su casa y no quiere depender del servicio a una rica señora. Elicia vive en casa de Celestina, es más impulsiva y menos atrevida. Las dos representan una alternativa social a Lucrecia, criada de Melibea. La oposición entre la "emancipación" de la prostituta Areúsa frente a la dependencia de una criada como Lucrecia se expresa en el discurso que la misma Areúsa hace en casa de la Celestina en uno de sus encuentros cuando, al llegar Lucrecia, afirma: "Assí goze de mí, que es verdad; que estas que sirven a señoras no gozan deleyte ni conocen los dulces premios de amor".

Además de los citados, completan el escaso número de personajes de La Celestina el rufián Centurio y los padres de Melibea, Alisa y Pleberio. Centurio aparece solo en los actos añadidos cuando de la Comedia se pasó a la Tragicomedia. Su personaje compensa de algún modo la desaparición de Celestina en cuanto a representación del mundo del hampa. El rufián ejerce también un oficio infame y, sin embargo, es muy diferente de la alcahueta. En primer lugar, no está orgulloso de su oficio y no lo considera con honra social. Además, no está dispuesto a jugarse la vida para cumplir con su papel y suu elocuencia no es erudita ni moralizante. Lo único que sabe hacer es gastarse el dinero evitando en lo posible cualquier forma de trabajo. 

Por último, están los padres de Melibea. Alisa, su madre, casi no actúa. Aparece como una figura estereotipada de madre que se preocupa por la honradez de su hija pero no toma las medidas necesarias para defenderla, como, por ejemplo, cuando la deja sola con la alcahueta. Y luego está Pleberio, el padre, al cual Fernando de Rojas encarga el papel moralizador del llanto final: llanto por la muerte de su hija y acusación al dios Amor que mata a sus hijos sin piedad en vez de hacerlos felices.