6. Reflejo del contexto histórico contemporáneo en la provinciana Vetusta.

De: Historia y sociedad en Vetusta, Julián Ávila Arellano


A poco que se considere la naturaleza eminentemente sociológica que tiene la narrativa realista/ naturalista decimonónica, de la que La Regenta de Clarín es su exponente artístico más completo y perfecto en la cultura española, se puede apreciar que un título tan general como el propuesto para esta ponencia tiene el grave peligro de, al querer decirlo todo, terminar no diciendo nada en absoluto. Lo mismo les ocurrió, se podría decir, a estos primeros intelectuales que se enfrentaron a la actualidad española decimonónica con las metodologías de las ciencias empíricas de la observación y de la experimentación.


Ellos solucionaron el problema de acuerdo con las técnicas del lenguaje verbal narrativo, depurando y sublimando su experiencia de la realidad hasta quedarse con lo típico, que es, según Georg Lukács, el grado en el que se la puede sentir como representativa y ejemplarizante de los problemas históricos y de las contradicciones fundamentales del ser humano dentro de la sociedad, más en concreto de la sociedad de la lucha de clases decimonónica.


Lo mismo habrá que hacer aquí, como camino crítico de vuelta hacia esas raíces gestativas (si el autor fue de su actualidad al texto, el crítico debería tratar de reintegrar el texto, de nuevo, en su actualidad), para poder tratar un tema tan amplio en un tiempo tan escaso. Depuración y sublimación de los innumerables datos y referencias socioculturales e históricas que están funcionando como implicaturas de la enunciación, presupuestos y sobrentendidos, del relato, y que todo lector experto debería ser capaz de recuperar si pretende recorrer y reconstruir adecuadamente el universo creado por Clarín, hasta alcanzar las motivaciones y categorías generales, Historia, sociedad y Vetusta, que parecen subyacer en el esqueleto diegético.


En el caso de Clarín, es posible hoy día realizar este reconocimiento y depuración gracias a los minuciosos trabajos de recuperación arqueológica de referentes históricos y socioculturales que han realizado los clarinistas, y muy en especial una media docena de importantes investigadores entre los cuales es imprescindible citar las modélicas ediciones críticas de Gonzalo Sobejano (1976 y 1981) y la última de Joan Oleza (2000)1. A todo ello le voy a añadir la perspectiva intertextual, que también ha sido ya tratada en bastantes trabajos, de la interpretación historicista, más explícita y hasta mostrenca, que hace de aquella actualidad su amigo y colega literario Benito Pérez Galdós, aunque en un grado de profundidad simbólica y de valoración de arquetipos que, creo, no ha sido alcanzado hasta el momento.


Adelantando, en fin, las conclusiones, lo que me gustaría poder demostrar es la importancia que tiene en la concepción y construcción de esta obra maestra de Clarín, su percepción y experiencia compartida casi generacionalmente, del reaccionarismo sociopolítico y cultural que supuso la Restauración canovista de 1875 tratando de arrasar con el aperturismo intelectual e ideológico que se había producido durante el Sexenio Revolucionario, y, en el caso de Clarín además, con una impresión especialmente decepcionante del fracaso de la Primera República española.


Esta presencia, que quiero ver como determinante, del Sexenio, la Primera República y la Restauración en la concepción y composición de esta obra maestra Clarín, además de ser un tópico aceptado entre los estudiosos que siguen esta orientación referencial, también está ya estudiada minuciosamente por Sergio Beser y Joan Oleza, por citar a dos críticos que se ocupan tanto de las referencias históricas que existen en el relato sobre esa crisis histórica, como de la fidelidad que mantiene el escritor respecto de sus utopías ideológicas mantenidas en estas dos primeras décadas de su producción literaria y periodística.


Más allá, pues, de este cómputo documental, lo que trato de señalar se encuentra en el estrato superior de los arquetipos simbólicos. Apoyándome en arquetipos galdosianos similares, me interesa destacar primero la importancia gestativa y diegética que tiene el escenario de Vetusta, Oviedo, como espacio bien conocido por el escritor e imprescindible, como tal, para su trabajo compositivo, pero también como escenario visualizado en un plano cercano, sugestivamente plástico y que representa de modo sinecdóquico toda la geografía espiritual española del momento, de una sociedad que acaba de caer, como Ana Ozores, desde los amplios espacios naturales de una prometedora adolescencia en libertad, a las tinieblas reaccionarias del revanchismo ideológico tradicionalista más o menos remozado, y en la sequedad y el cinismo moral de los supervivientes escarmentados de la Revolución, ahora embarcados en el oportunismo y en el pragmatismo sociopolítico y económico más descarado de la Restauración.


Prometedora adolescencia republicana, revanchismo y rapacidad ideológica, y cínico pragmatismo consumista son referencias históricas que, en mi opinión, definen bien esa crisis, principio de nuestra actualidad de masas, que despierta las inquietudes de los intelectuales realistas y permite reconocer con cierta facilidad la trascendencia simbólica de esos tres embriones simbólicos que se van levantando y desplegándose en el escenario vetustense hasta completar tal decepcionante y degradante peripecia existencial.


La novedad de esta propuesta estaría en definir tal experiencia histórica (Revolución de 1868, Primera República y Restauración), no solo como motivo de actualidad conocida para sus contemporáneos y, por lo tanto, de veracidad o veredicción histórica que los escritores realistas/naturalistas buscaban para reforzar de cara a sus contemporáneos el efecto de realidad de sus relatos. No es solo una crisis histórica, no es solo el final del libre examen y de aperturismo intelectual. También es, y de modo no menos importante aunque sí menos percibido, el momento en el que la revolución burguesa se estrella con unas posiciones reivindicativas proletarias por primera vez lo suficientemente sólidas como para provocar que en el choque queden al descubierto las interioridades vergonzosas de esos movimientos burgueses, más estimulados y de modo mucho más eficaz por las expectativas económicas que por las proclamadas propuestas democratizadoras.


A escritores atentos como Galdós o Clarín, que han llegado con tanto entusiasmo juvenil a la Revolución de 1868, no se les puede escapar la incidencia perturbadora y, finalmente, demoledora que tienen los intereses económicos en el fracaso de este ilusionante proceso revolucionario. Galdós denuncia estos subterráneos intereses económicos en la mayoría de sus creaciones, y muy en especial en los relatos que dedica al Sexenio. A Clarín le ocurre lo mismo solo que sabe integrarlo mucho mejor en la constitución psicológica y socioeconómica que arrastran sus personajes desde ese escenario resultante, envilecedor y destructivo, en el que han nacido y en el que tienen que medrar aunque sea malamente. Ahí está la rapacidad lujuriosa de Fermín de Pas y doña Paula como foco de infección desde el sector clerical, y el similar caciquismo lleno de complicidades y de inconsistencia ideológica del marqués de Vegallana y Álvaro Mesía.


Ni que decir tiene que es este Cánovas restaurador, que se ha formado en el partido de la Unión Liberal y de la Economía Política de Leopoldo O’Donnell entre 1858 y 1868, el líder de la triunfante Restauración alfonsina en la que se continúan las desideologizadas estrategias con que aquella había cambiado política por economía en sus programas de gobierno, dando inicio, así, al primer capitalismo financiero español en la década de los 60. Un capitalismo que es el que va a terminar recogiendo los beneficios revolucionarios en lo que la Revolución tuvo de eliminación de la fuerte competencia tradicionalista en los negocios del Estado y en el triunfo de las reformas económicas librecambistas y desaparición de las barreras arancelarias que venían manteniendo en beneficio exclusivo los privilegiados del Antiguo Régimen.


La marejada revolucionaria alcanza en la Primera República tales grados de eficacia que las burguesías llegan a sentirse verdaderamente amenazadas y orientadas hacia un reaccionarismo que deja al descubierto el desagradable fondo de rapacidad económica en que se asentaba su progresismo revolucionario del 68. En poco más de 6 años el escenario eufórico de La Gloriosa de 1868 se ha convertido en lo escenarios desazonantes e irritantes de esta Vetusta de Clarín o en la contemporánea Orbajosa de Galdós por citar solo los más conocidos y emblemáticos.


No es poco ya insistir en lo iluminador y sugestivo que es esta experiencia histórica cimera para orientar e informar la investigación sociológica y moral de la realidad española de esos años, que es el objetivo principal de la literatura realista/naturalista nacida precisamente al calor de estos sucesos históricos.


Resumiendo, pues, la propuesta del título «Historia y sociedad en Vetusta», lo que pretendo transmitir es que es la Historia, el acelerón revolucionario y reaccionario de esos años, lo que permite, rompiendo esquemas y convencionalismos establecidos, descubrir las interioridades desagradables, vetustenses, de aquella sociedad, y definirlas y denunciarlas por medio de la narrativa realista/naturalista que surge con ese motivo.


Es un fenómeno que a nosotros que acabamos de vivir el similar efecto del ataque terrorista en Nueva York, no nos debería resultar extraño. Es la Historia, pues, la que crea esta actancialidad narrativa de los prototipos de la avaricia y de la corrupción pervirtiendo con sus desagradables libaciones la nobleza e ingenuidad del progreso libre y natural. También es, por ello, la Historia, en lo que tiene de ser el modo natural de manifestarse la realidad decimonónica de la lucha de clases, el componente constitutivo más importante de la narrativa realista/naturalista que ha nacido al calor de estos acontecimientos cruciales que conforman la última revolución burguesa de la cultura española.


Con este largo preámbulo acerca de la importancia del Sexenio Revolucionario y de su fracaso en la Restauración para la definición que de sí misma alcanzó aquella sociedad española del último tercio decimonónico y sus repercusiones en los medios literarios realistas/naturalistas que trazaron su retrato moral, pretendo proponer que también en La Regenta de Clarín se puede encontrar un esquema o esqueleto constructivo de naturaleza histórica en un estrato superior o más profundo que el resto de los temas señalados que terminan, a su vez, vertebrándose en este. La Historia en Vetusta no sería entonces solo un recuento de las numerosas referencias a la historia externa. Este relato sería, en mi modo de ver, la reconstrucción simbólica que hace este escritor de la experiencia decepcionante que supuso la Restauración canovista, en lo que tenía, desde su perspectiva republicana, de éxito y perduración indefinida de lo vetusto con todas sus consecuencias políticas e intelectuales degradantes. La realidad, sin embargo, no parece que fuera tan desastrosa. Si se habían cortado de raíz las ilusiones democráticas del republicanismo tampoco los tradicionalistas pudieron ejercitar su revanchismo durante mucho tiempo. Lo que terminó imponiéndose fueron lo que Galdós terminó llamando «años bobos». Entre 1875 y 1878 Cánovas consigue imponer un tipo de pragmatismo desideologizado que enfría tanto el fanatismo antirrepublicano como la exaltación progresista de los revolucionarios. El resultado fue el pactado bipartidismo constitucional que de modo tan fluido como repugnante practican los dos líderes políticos de Vetusta, el marqués de Vegallana y el vividor Álvaro Mesía, trasunto de las relaciones que desde 1878 se establecen entre el galante don Antonio Cánovas y el conquistador don Práxedes Mateo Sagasta.



No voy a tratar del espinoso problema teórico y crítico de las relaciones entre el relato histórico y el de ficción, que yo distinguiría en principio y desde la sensibilidad decimonónica, como relato de historia externa frente a relato de historia interna. Creo que experiencias de la edad contemporánea tan inquietantes con el citado ataque reciente a las torres gemelas neoyorquinas o el traqueteo devastador de revolución-restauración dictatorial que vivieron los escritores realistas, por no citar los otros acontecimientos igualmente desquiciantes de que se ha tenido una conciencia histórica y sociocultural especialmente fuerte a lo largo de los últimos siglos, son suficientes como para, por lo menos, relativizar, como ya hiciera Cervantes en su Quijote, las estrictas fronteras clásicas entre estos dos modos de ver y sentir la realidad humana. La edad contemporánea ha producido una transformación cultural lo suficientemente importante cualitativa y cuantitativamente como para provocar algunas suspicacias al respecto de los criterios tan estáticos y estancos del Antiguo Régimen, y que la creación artística y la documental, en lo que toca sus funciones de reconstrucción de la memoria de la realidad humana, no pueden seguir chocando en el territorio falseado de los contenidos, cuando se sabe que lo más determinante y definitivo son las respetivas organizaciones discursivas.


Quizás para zanjar por ahora este conflicto epistemológico fuera suficiente con apelar al respeto obligatorio que debe tener el crítico por el sedimento arqueológico de los textos. Y en este caso del realismo/naturalismo decimonónicos resulta evidente que el aperturismo y el humanismo krausista que orienta la interpretación de la realidad de la mayoría de los intelectuales del momento, entre ellos estos dos escritores, no solo considera la historia externa, positivista, documental que nace del patrioterismo gubernamental poco fiable y depósito de erudiciones inútiles, sino que defiende que la memoria del espíritu colectivo, de lo que será después en Unamuno la intrahistoria, solo se puede recuperar y reconstruir a través de la capacidad de empatía del arte, y en este caso del arte literario narrativo.2


Pasando, en fin, a la presencia de la Historia en la construcción del simbolismo de la peripecia existencial de Ana Ozores, habría que comenzar señalando algo evidente, como es el mayor grado de elaboración artística y de densidad composicional, estructural y estructurante, que caracteriza a La Regenta frente a la mayor delgadez diegética y transparencia referencial, compensada con una mayor versatilidad discursiva, que es peculiar de las creaciones galdosianas. Esto hace que la Historia sea más y más directamente reconocible en este que en aquel.


Pero el que no sea tan explícita no significa que no esté. Ya se ha indicado el importante recuento de referencias realizado en las ediciones críticas del relato clariniano, y la sintonía casi alegórica que existe entre la presencia y relaciones de estos tres personajes en el relato y las peculiaridades morales de esos dos grupos políticos que triunfan en la Restauración, el tradicionalismo remozado de constitucionalismo, y las relaciones cómplices y pragmáticas de los dos partidos conservadores y progresistas en que se sustentan los nuevos gobiernos de gestión, amorales y desideologizados, de la Restauración.


Galdós, algo mayor que Clarín y mucho más identificado con la euforia revolucionaria del 68 que con las nostálgicas utopías republicanas de 1873, también se manifiesta mucho más atento al curso superficial, inmediato, de los acontecimientos sin interiorizarlos y metabolizarlos ideológicamente tanto como su amigo. Esto nos permite por así decir «fechar» históricamente ciertos esquemas narrativos y tratamientos temáticos que, por otro lado, se parecen mucho a los utilizados por Clarín en la obra que estamos tratando. Y, de este modo indirecto, añadir comprobaciones y argumentos a la demostración de la existencia de esa conciencia y esquemas historicistas también en el escritor asturiano.


Utilizando la esculpida y esquelética denominación de Valle-Inclán que me ha recordado hace poco el experto crítico galdosiano y valleinclaniano que es el profesor Rodolfo Cardona, creo que no sería difícil coincidir en que lo principal de la interpretación literaria que realizan Clarín en esta novela y Galdós en muchas de las suyas sobre el fiasco moral de la Restauración, se podría condensar en el título de Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. Muerte o destrucción contra la utopía que simboliza Ana Ozores en el pudridero de Vetusta de parte del pragmatismo lujurioso y de la rapacidad intemperante que son las dos virtudes del encanallamiento de la sociedad española en ese momento.


Quitando las ataduras sacerdotales que motivan la desesperación masculina del provisor Fermín de Pas, lo que de verdad le caracteriza es el despecho avaricioso con que se ha ido elevando desde la miseria de la aldea. En el despecho y en la experiencia de miseria se fundamenta su rapacidad y su incapacidad para asumir sus éxitos profesionales en el ambiente de mediocridad intelectual y espiritual en que se encuentra. La lujuria en este caso es un componente menor frente al poder de la jerarquía, del confesionario y del púlpito.


En su contrincante Álvaro Mesía la lujuria es, en cambio, el soporte principal de su poder y prestigio La lujuria es también la manifestación simbólica más coherente con su ingénita amoralidad de superviviente de la política. Y, como se ha dicho, tal arquetipo es aplicable tanto a Cánovas del Castillo como a Práxedes Mateo Sagasta.


La avaricia y la lujuria son también para su amigo Galdós constantes marcas literarias caracterizadoras de los dos bandos implicados en los reiterados fracasos del democratismo español. Como ejemplos se puede recordar ya en su primera novela larga, La Fontana de Oro, el contraste entre la avaricia y beatería de las Porreño mayores, frente a los intereses más amorosos y eróticos de los liberales, Lázaro y Claudio Bozmediano. Paulita Porreño será, sin embargo, el arquetipo más completo. Su contacto con el revolucionario Lázaro terminará sacándola de su misticismo hacia un apasionamiento sentimental digno de la frágil y vulnerable Ana Ozores.


En 1872 escribe Galdós el primer borrador de Rosalía, que es la primera novela de temática no directamente ni explícitamente histórica que el escritor ambienta en el Madrid contemporáneo, como después hará con las narraciones a partir de 1881. En ese momento, primavera de 1872, se acaba de producir con motivo de unas elecciones generales a Cortes la monstruosa alianza entre radicales y republicanos, por un lado, con los tradicionalistas carlistas y constitucionales por el otro, todo ello para desbancar a los liberales más o menos conservadores de Sagasta que gobernaban entonces.


Correspondiendo a esta situación de actualidad Galdós reúne en su relato y en Madrid a representantes de estos partidos. En el grupo de los radicales y tradicionalistas lo que prima es el tema económico, la avaricia y la tacañería. Por el lado contrario de los capitalistas conservadores de Sagasta, sin embargo, sus intereses caminan por el lado lujurioso de hacerse con la joven e indefensa protagonista.


A veces, como ocurre con el Mauro Requejo de los primeros episodios nacionales o con el Pedro Polo de Tormento, lujuria y avaricia coinciden en un mismo individuo, pero caracterizando los comportamientos contrarios de rapacidad despótica y de liberación sexual o revolucionaria o rebelde que se han propuesto.


Un caso especialmente parecido a la avaricia que Clarín construye entre doña Paula y su hijo Fermín de Pas, es el de Remedios Tinieblas y Jacintito en el desenlace de Doña Perfecta, solo que aquí la salida no es clerical sino el mundo de los abogados picapleitos que, además, llegan a ser políticos. Por el lado contrario de la proverbial rapacidad económica de este otro pudridero que es Orbajosa, también hay que citar en la misma novela la amoralidad positiva de distensión y desinhibición que vive el protagonista en casa de las niñas de Troya y con el marginado Juan Tafetán.


Avaricia y tradicionalismo también van juntas en la represión ideológica de Gloria y en La familia de León Roch. Despotismo y control económico es peculiar también de los personajes autoritarios de las novelas contemporáneas galdosianas. Recuérdense Laura Castaño, Emilia de Relimpio y su marido el ortopeda, también a «La Sanguijuelera» en La desheredada; Barbarita Arnaiz y Guadalupe Rubín, además de Francisco Torquemada, en Fortunata, y Francisco de Bringas en La de Bringas. Frente a ellos, todo lo que huele a rebeldía o revolución siempre es un tanto lujurioso. Solo hay que ver la fácil seducción y entrega al amor de personajes como Isidora Rufete, Fortunata Izquierdo y Luisa o Abelarda Villaamil, por no salir de esta década de los 80, y las relaciones que establecen con los irresponsables y amorales Joaquín de Pez, Juanito Santa Cruz y Víctor Cadalso.


Tanto el despotismo avaricioso como el abuso lujurioso en Galdós tiene también unos referentes o escenarios históricos muy precisos. En líneas generales la avaricia acompaña al fanatismo y al despotismo ideológico, normalmente tradicionalista o conservador, mientras que el alarde erótico o las relaciones amorosas fuera de las instituciones oficiales, se corresponden con momentos estrictamente revolucionarios. Recuérdense casos tan explícitos como que Isidora Rufete se eche a la vida, como familiarmente se dice, cogiéndose del brazo de Joaquín del Pez en el preciso momento en que se acaba de proclamar la Primera República al medio día del 11 de febrero de 1873. Como es bien sabido, en Fortunata y Jacinta existen dos capítulos seguidos, el segundo y el tercero de la tercera parte, que se titulan «La Restauración vencedora» y «La Revolución vencida». En ninguno de ellos se habla explícitamente de la transición histórica desde la Republica a la monarquía restaurada, sino a la restauración de unas relaciones matrimoniales cuando terminan otras ilegítimas o extramatrimoniales. Todo ello, sin embargo, ocurre en la novela y en la Historia durante los primeros meses de 1875, y solo reconociendo esa coincidencia de escenario espaciotemporal se puede sentir la trascendencia alegorizadora que tienen las relaciones triangulares de Fortunata, Jacinta y Juanito en este relato.


Rosalía de Bringas comienza sus actividades de prostitución para mantener su afición a la buena ropa justamente en el momento en que se produce la Revolución de 1868. Luisa Villaamil se rebela contra sus padres y fuerza su matrimonio con Víctor Cadalso durante el verano de 1868 cuando se está fraguando el definitivo golpe militar contra el reinado de Isabel II.


En líneas generales parece que despotismo y avaricia van tan unidos en La Regenta como el liberalismo y la lujuria, y todo ello orientado y localizado en esos años de 1876 a 1878 que es el tiempo histórico del relato. Son años en los que también Galdós coloca otros finales trágicos suyos. Isidora Rufete cae en los estratos más bajos de la prostitución en 1878. Fortunata Izquierdo muere después de entregar a su hijo en la primavera de 1876. Abelarda Villaamil es burlada por su yerno Víctor Cadalso en los primeros meses de 1878. En 1876 muere el progresista Pepe Rey en Orbajosa y Marianela en Socartes. Todos ellos son individuos que, como en el caso de Ana Ozores, contienen una energía vitalista revolucionaria que el despotismo conservador, el control o la avaricia no son capaces de asumir. Esa energía es la que también empuja a los personajes a la búsqueda de espacios más amplios por el lado contrario. Y ahí es donde aparecen las irresponsabilidades, las amoralidades y el cínico e inhumano pragmatismo del pervertido capitalismo de la Restauración.


Otras sintonías, en fin, se podrían señalar en este parentesco intertextual entre las creaciones de estos dos escritores. Recuérdese, por ejemplo, la impotencia sexual y de apasionamiento de Víctor Quintana que nos lleva en el caso galdosiano a la impotencia política de las utopías de demócratas y republicanos durante el Sexenio. Galdós tiene personajes espléndidos representando este fenómeno histórico. Don José de Relimpio de La desheredada es un personaje muy cercano en actitudes y gustos literarios a Víctor Quintanar. Él es el que acompaña a Isidora Rufete cuando esta se le escapa con el demócrata irresponsable y acomodaticio Joaquín del Pez el día de la proclamación de la república. El más conocido puede que sea José Ido del Sagrario. Su presencia inoperante durante el Sexenio se pone en evidencia cuando hace el papel de hospedador del errático Proteo Liviano en los últimos episodios. Otros personajes igualmente ineptos frente al despotismo y la lujuria son Cayetano Polentinos de Doña Perfecta, el Abate Lino de lo primeros episodios, el padre Alhelí de los últimos de la segunda serie, Urbano Gil de la Cuadra o el propio Francisco Bringas, Evaristo González Feijoo o Ramón Villamil.


Recopilando, en fin, estas correspondencias y aplicándolas al momento histórico del Sexenio Revolucionario y su fracaso en la Restauración, se podría decir que en las alternativas de aburrimiento, misticismo y apasionamiento de la Ana Ozores de 1876 a 1878, estaría Clarín recreando y reviviendo su percepción de los desconsoladores efectos de la derrota republicana de 1874. Lo que ha quedado es Vetusta, es decir, el escenario de siempre constriñiendo la vida y pervirtiendo las conciencias. En este escenario, el tradicionalismo clerical vuelve a encontrar el espacio que había venido perdiendo en las últimas décadas de liberalismo, mientras los liberales, una vez cometida la apostasía de rechazar los principios democráticos en que se habían definido como rebeldes a cualquier tipo de despotismo tradicionalista, escarmentados por los funestos resultados de tales audacias democráticas, caen en el amoral pragmatismo de los criterios económicos, convierten la política en juego de intereses económicos y se dedican a tontear con los ideales sin rebasar los límites del buen tono.


Creo que Clarín no diferencia, como tampoco lo hace Galdós, entre los dos partidos liberal conservador y liberal fusionista que se reparten el poder y los gobiernos pactados a partir de 1881. Tan apóstatas son los de Cánovas como los de Sagasta, aunque sea Cánovas, el más poderoso y responsable principal del curso de la Historia, el que se lleva la mayor parte de sus invectivas en esta primera década de su producción literaria.


Lo que importa en este caso y lo que he querido constatar es la fuerte presencia de los referentes históricos más o menos fundidos o perceptibles en los retablos narrativos de ambos escritores. Unos referentes cuyo conocimiento está continuamente midiendo la calidad de las lecturas de sus obras y que, en las circunstancias de nueva sensibilidad por el componente histórico de la actualidad en que nos encontramos, bien podrían ser motivo de recuperación social de estas creaciones en lo mucho que tienen de documentos históricos eficaces y de memoria histórica de un pasado que nunca está del todo superado, como se puede ver de estas apreciaciones con que caracteriza Joan Oleza la visión que transmite Clarín en su novela sobre la situación de la Restauración de 1875 propiciada por Cánovas:


Clarín siente por Mesía —Joan Oleza proyecta en La Regenta las ideas que Clarín desarrolla en su sátira de 1887 Cánovas y su tiempo— la misma repugnancia que por Canovas; esa capacidad de triunfo tanto cuando está en el poder como cuando no lo está; esa seducción social que es capaz de ejercer sobre hombres y mujeres, pero especialmente sobre estas; ese amoralismo pragmático que simplifica, a beneficio de la acción, todos los problemas; esa falsa pátina cultural, que enmascara conocimientos vagos y de segunda mano; ese posibilismo extremo que le permite adaptarse a cualquier situación, flexibilizando para ello moral, religión, etc. Es, en una palabra, el símbolo del gran burgués triunfante, de aquella capa social que, pactando con la Aristocracia del Antiguo Régimen, se hizo con el poder y capitalizó los beneficios de la Revolución.3



(1) De Gonzalo Sobejano, Leopoldo Alas: La Regenta, Barcelona, Noguer, 1976, Madrid, Castalia, 1981. De Joan Oleza, La Regenta, 2 vols., Madrid, Cátedra, 2000. Joan Oleza, «La Regenta y el mundo del joven Clarín», Clarín y su obra. El centenario de La Regenta. Barcelona 1884-1885. Actas del Simposio Internacional celebrado en Barcelona del 20 al 24 de marzo de 1984, ed. de Antonio Vilanova, Barcelona, Universidad, 1985. J. Ventura Agudiez, Inspiración y estética en «La Regenta» de Clarín, Oviedo, 1970. Jean Bécarud, «La Regenta» de Clarín y la Restauración, Madrid, Taurus, 1964, reeditado en De La Regenta al «Opus Dei», Madrid, Taurus, 1977. Sergio Beser, «Leopoldo Alas o la continuidad de la Revolución», Clara E. Lida y M. Iris Zavala (eds.), La Revolución de 1868. Historia, pensamiento y literatura, New York, Las Américas Publishing Company, 1970. 


(2) Sobre este punto y en lo que toca a Clarín se puede consultar el documentado estudio de Yvan Lissorgues, «Concepción de la historia en Leopoldo Alas (Clarín): Una historia artística al servicio del progreso», Los Cuadernos del Norte, vol. II, n. 7, (mayo-junio de 1981), pp. 50-55. 


(3) Oleza, 1984, p. 177.