Apuntes sobre la autora y su obra (II)

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Libro: Apuntes sobre la autora y su obra (II)
Imprimido por: Usuari convidat
Día: sábado, 27 de abril de 2024, 16:06

Descripción

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1. Contexto

Sí, yo creo en lo que veo... y en lo que no veo. La realidad a mi parecer tiene muchos aspectos que no nos explicamos. Está llena de agujeros negros, por los que caes o te metes, como yo, para investigar. Y también están los sueños”. 

C.F.C.

Si nos atenemos a los fríos datos, Cristina Fernández Cubas pertenece a la generación de otros grandes escritores barceloneses que escribieron en castellano, como Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Maruja Torres o Manuel Vázquez Montalbán. Se trata de una generación nacida en la primera mitad del siglo XX, que experimentó en propia piel las tensiones de la Guerra Fría y que, de una u otra forma, reflejó en sus obras la grandeza -y las miserias- de una ciudad y de un país asolados por la dictadura del general Franco. Sin embargo, la obra de Cristina Fernández Cubas no se parece en nada a la de sus ilustres paisanos. Sabemos que nació en Barcelona. Sabemos que en algun momento de su vida residió en El Cairo, Lima, Buenos Aires, París o Berlín, entre otros lugares. Sabemos que se casó con el también escritor Carlos Trías Sagnier, y que por lo tanto era cuñada del filósofo Eugenio Trías. Poco más sabemos. La peripecia vital de nuestra escritora parece velada por la misma niebla de misterio que preside sus relatos. En su obra, para ubicar la acción se menciona "la ciudad", "la aldea" o "el pueblo", siempre de manera genérica, sin concretar más, pese a que por su ajetreada biografía hubiera podido describir países exóticos y fastuosos, como sí que lo hicieron Alberto Vázquez-Figueroa o Javier Reverte. ¿Se trata, pues, de una escritora engagée, comprometida, ligada a  la toma de conciencia política? No. No hay crítica social al uso en los relatos de Fernández Cubas, no encontraremos en ellos una reivindicación de los desheredados como en Vázquez Montalbán o Maruja Torres; nadie diría, por la lectura de sus textos, que la escritora padeció los rigores y la tristeza del tardofranquismo. Por no haber, tampoco hay referencias a una nacionalidad concreta (excepto, quizás, en El provocador de imágenes, de atmósfera vagamente germánica), ni existe voluntad alguna de inventariar el mundo desde Barcelona. La niebla lo cubre todo. 

Tal vez haya que acudir a la literatura latinoamericana para encontrar algunos referentes -ahora sí- más cercanos a la órbita de nuestra autora: los cuentos de Borges -genial maestro de la síntesis narrativa-, la libertad ubérrima de Cortázar, la ironía cervantina de García Márquez. Pero entonces habrá que ampliar el perímetro del contexto. La de Fernández Cubas no es, para nada, la tradición realista de los Novísimos. Resulta inútil -para acertar el ángulo correcto- rebuscar en los divanes de la gauche divine. Hay que buscar en otra parte. Para adentrarse en el universo de Mi hermana Elba es necesario penetrar en el dominio de lo fantástico, de lo enigmático y -en ocasiones- de lo terrorífico. 

2. El relato de terror y fantástico

"No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño.”

Edgar Allan Poe, El gato negro

El universo literario de Cristina Fernández Cubas se inscribe en la denominada literatura de terror y fantástica, que adquirió el prestigio definitivo con las obras del alemán E.T.A. Hoffmann (1776-1822) y el norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849). Hoffmann se hizo famoso con la publicación de sus Cuentos fantásticos, en los que, partiendo de situaciones cotidianas, deja volar su imaginación creando un mundo inquietante con una prosa de un gran valor artístico. En Los hermanos de San Serapión, cuatro volúmenes de relatos, utiliza una técnica que la autora barcelonesa reproducirá en algunos de sus cuentos: la del grupo de amigos que se reúnen para contarse diversos acontecimientos. En cuanto a Poe, el tema más tratado en sus obras es la coexistencia de muerte y belleza. Su mundo poético es un continuo escape cerrado, sin posible salida; un mundo siniestro y oscuro en el que se desarrolla un ritual de resurrección: muertos que regresan de ultratumba y se mezclan con los vivos; paisajes remotos, abismales y lúgubres; y un ámbito infernal y críptico. Su estilo es perfecto en la forma, repetitivo, incisivo, de una frialdad sobrecogedora. Algunas de sus obras más destacadas son El cuervo, El pozo y el péndulo, La caída de la casa Usher o William Wilson, donde explora el tema del doble que también encontraremos en la narrativa de Fernández Cubas. De hecho, la escritora catalana admitió recientemente que la única influencia literaria que tuvo de pequeña fue a través de su hermano, que le contaba de forma dramatizada los cuentos de Poe.

Otro insigne representante del género es H.P. Lovecraft (1890-1937), el cual fue casi desconocido en su propia época, pero que actualmente goza de una cada vez más sólida reputación como creador de universos fantásticos y macabros. Sus escritos, particularmente los Mitos de Cthulhu, han influido desde los años 60 a los autores de ficción a lo largo y ancho del mundo, y se pueden encontrar elementos lovecraftianos en novelas, películas, música, videojuegos, cómics y dibujos animados. Muchos escritores modernos de terror, como Stephen King o Clive Barker, han citado a Lovecraft como una de sus más importantes influencias.

3. La huella europea

Hasta aquí ha quedado claro que la narrativa de Cristina Fernández Cubas se aleja del realismo social imperante en los escritores españoles de su generación, y que más bien pertenece al ámbito de la literatura fantástica y de terror. ¿Sí?  Bueno, pues no. O no del todo. Porque la de Fernández Cubas no es una literatura exactamente de terror. Quien busque en sus relatos la tradicional retahila de muertos vivientes, vampiros o exorcistas típica de los cuentos macabros, se equivocará. Probablemente, además, ese lector ávido de escenas truculentas se sentirá decepcionado y volverá a los libros de Stephen King, que sí que se las ofrecen. 

La razón de esta ausencia de sang i fetge quizá haya que buscarla en un hecho primordial: la autora catalana es heredera, sí, de la gran tradición narrativa de terror y ciencia ficción del siglo XIX (Poe, Hoffmann, Stoker), pero para poder desentrañar sus relatos primero se debe pasar el filtro de la renovación literaria que se produjo en Europa al filo de la primera mitad del XX. Quédense con estos tres nombres: Joyce, Kafka, Proust. Un irlandés que escribió en lengua inglesa, un austríaco que escribió en alemán y un francés dado a escribir (en francés, naturalmente) párrafos de cien líneas sin poner un solo punto y aparte. Subrayen sobre todo el segundo nombre: Franz Kafka. Como señala el profesor Juan J. León, los relatos de Kafka "pierden la linealidad cronológica y en ellos aparecen la superposición temporal, la narración desordenada de los hechos. El autor pierde la omnisciencia, por lo que renuncia a contar todos los secretos de los personajes, a los que deja en libertad para que muestren a los lectores sus cualidades, sentimientos, vivencias, ideas, etc. directamente o por medio de sus actos. De este modo, el autor queda suprimido de su obra, distanciándose de cuanto en ella se narra o se expresa: renuncia a explicar, aclarar y opinar. Y al no quedar todo contado, el lector se ve obligado a buscar, decidir e interpretar el sentido de lo que hacen, dicen y sienten los personajes que, además, no son retratados por el autor, sino que quedan ligeramente perfilados, cuando no difuminados". 

Dice la misma autora que sus historias "no se ofrecen machacadas y requieren un lector activo e inteligente". Y también: “Llevamos con nosotros cuanto hemos vivido, pero lo llevamos bien guardado. No a la vista, sino por ahí, en algun sótano, a buen recaudo”. La maestría de F. Cubas reside precisamente en reflejar aquello que no está a la vista, lo que está guardado en el sótano del subconsciente, que a menudo resulta ser tan -o más- espantoso que las criaturas viscosas de Lovecraft. 

3.1. Franz Kafka

                                                                     

De todas las influencias -reconocidas o no- patentes en la literatura de C. F. Cubas, la de Franz Kafka (Praga 1883-1924) quizá sea la más determinante. Simplificando, podríamos afirmar que los relatos de nuestra autora son una sabia combinación de F. Kafka y Edgar A. Poe. Centrándonos en Kafka, todas las obras del autor austríaco exponen el sentimiento de desarraigo vital y afectivo que experimenta el ser humano en la sociedad moderna, al ser absorbido por la maquinaria social que convierte al individuo en una pieza más -anónima, intercambiable- de su complicado engranaje. El pesimismo kafkiano está asentado en dos sentimientos complementarios: el primero de tipo social, consistente en el sometimiento de la persona a unos estamentos sociopolíticos que lo anulan, alienan y desintegran, haciendo desaparecer su personalidad en la masa amorfa; y el segundo de tipo existencial, por tener que vivir una vida sin esperanza, cuyo sentido no entiende, y sometido a unos poderes desconocidos que lo manejan a su antojo sin posibilidad de conectar con ellos. 

Kafka era judío, y la elección del alemán (y no del checo) como lengua de escritura fue problemática. No solo porque en Praga la lengua de uso habitual era y es el checo, sino también porque en cierto sentido los alemanes eran vistos en Chequia como una potencia potencialmente agresora (como se demostró más adelante, con la ocupación de Checoslovaquia por la Alemania de Hitler en 1938). Kafka hablaba checo y alemán (su madre era de origen germánico), y fue la sólida tradición literaria del alemán (adoraba a Nietzsche y Schopenhauer) lo que le hizo optar por esta lengua como vehículo de escritura.

En 1917 se le diagnosticó tuberculosis, una enfermedad que lo había de llevar a la muerte, y que acentuó todavía más la palidez espectral, la debilidad congénita y el carácter ya de por sí introspectivo y atormentado del autor de El proceso. No se llegó a casar nunca, aunque entre 1913 y 1917 mantuvo una difícil relación con Felice Bauer, que dio lugar a una correspondencia de más de 500 cartas pero que no se vio reflejada en ninguna de sus obras literarios. En cambio, el desencuentro con un padre autoritario que nunca supo apreciar el talento de su hijo fue uno de los temas principales de sus obras, singularmente de La metamorfosis. Franz Kafka falleció el 3 de junio de 1924 en el sanatorio Dr. Hoffmann de Kierling a causa de una pulmonía derivada de la tuberculosis de laringe que lo asolaba. Curiosamente, no fue nunca demasiado reconocido en vida por sus méritos literarios, y es célebre la disposición testamentaria que dirigió a su amigo Max Brod antes de morir, en la que le pedía que, a excepción de cinco relatos, quemara toda su obra lo más pronto posible. Afortunadamente, Brod no cumplió con el encargo. 

En conclusión, como también ocurre en los relatos de C.F. Cubas, Kafka encomienda su obra a la intuición y la imaginación, descartando el empleo de la razón en el conocimiento de un mundo percibido como absurdo, gobernado por leyes arbitrarias y desprovisto de la más mínima lógica. 

Las obras más importantes de Kafka son El proceso, La metamorfosis y El castillo

3.2. Stevenson, Conrad, James

En la literatura de C.F. Cubas se dan también muchas otras influencias, que no cabrían en un apartado simplemente divulgativo como este. Pero tal vez merece la pena detenerse brevemente en tres autores a los que ella misma hizo referencia en una entrevista. 

Robert Louis B. Stevenson (1850-1894) fue un novelista, poeta y ensayista escocés que ha pasado a la fama por ser el autor de algunas de las novelas de aventuras y fantásticas más clásicas de la literatura juvenil. Todo el mundo ha oído hablar alguna vez de La isla del tesoro; quizá el nombre de La flecha negra no sea del todo desconocido entre los aficionados a las novelas de aventuras: pero sin duda, la obra que más ha podido ejercer influencia sobre nuestra autora sea El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. Esa terrible historia de una persona que posee dos identidades o personalidades con características opuestas entre sí, se encuentra, ciertamente, en la base de alguno de los cuentos de Mi hermana Elba (singularmente de Lúnula y Violeta). 

El novelista polaco-británico Joseph Conrad (1857-1924) describió fastuosamente en sus obras la vida de los marineros (él mismo fue capitán de la marina mercante inglesa) en circunstancias aisladas o confinadas, en países remotos o en ambientes claustrofóbicos, con un dominio total en la creación de atmósferas y en la precisión del lenguaje. Pero además, Conrad fue un maestro a la hora de retratar la ambigüidad moral de unos personajes trágicos puestos en situaciones extremas. Esto se ve claramente en su obra más citada, El corazón de las tinieblas, y sobre todo en Lord Jim, que tanto gustaba a Terenci Moix. Pero Conrad también excelió en el cultivo del relato largo (o novela corta), que compiló en volúmenes como Cuentos de inquietud o Tifón y otras historias

Finalmente, el estadounidense Henry James (1843-1916) fue un autor que destacó por su sutil e intricada forma de abordar el drama interno y psicológico, con una peculiar tendencia -que seguro que atrajo inmediatamente a C.F. Cubas- a describir casos de alienación, ya fuera mental o geográfica. Sus novelas más notables son Retrato de una dama o Los papeles de Aspern, pero James también es el autor de una de las historias de fantasmas más celebradas de todos los tiempos: Otra vuelta de tuerca (The Turn of the Screw), en la que la propia veracidad de los fantasmas se puede poner en duda. La novedad de esta obra reside en que sus protagonistas son dos niños, en apariencia inocentes, que se ven acompañados por una institutriz que intenta protegerlos de la influencia de los muertos... o de su propia locura. El tema de los niños como protagonistas de historias inquietantes será, como ya sabéis, muy visitado por la autora de Los altillos de Brumal